José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco Gómez Obregón, mejor conocido como José María Velasco, fue un pintor y paisajista mexicano que nació en el pueblo de Temascalcingo —actualmente, en el Estado de México— el 6 de julio de 1840, y murió el 26 de agosto de 1912 en la Ciudad de México, en el barrio de la Villa de Guadalupe. Sus mejores obras, sin duda, son los numeroso paisajes en los que plasmó la belleza del Valle de México durante el siglo XIX, así como otras localidades de nuestro bello país.
A continuación, te presentamos una breve galería con algunos de sus mejores lienzos, en los que destaca el color y las transparencias del cielo y del campo mexicano, así como las escenas de la vida cotidiana de un México que, tristemente, ya no existe…
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La cañada de Metlac
En esta obra de 1893, Velasco quiso reflejar el avance tecnológico del país a finales del siglo XIX, con un pujante ferrocarril que cubría la ruta de la Ciudad de México a Veracruz y cruzaba el puente de Metlac, el cual estuvo en funcionamiento hasta 1985 y en su tiempo fue una de las obras de ingeniería más importantes del país. Al fondo, luce imponente y nevado el Citlaltépetl o Pico de Orizaba, el volcán más alto del país.
Catedral de Oaxaca
Quienes conocen el centro de la capital oaxaqueña, recordarán su primorosa catedral y los matices de color que le otorga su fachada de cantera verde. Y justo esa tonalidad fue la que el artista mexiquense deseó plasmar en este lienzo de 1883, en el que además del edificio religioso podemos apreciar un pequeño mercado situado a las afueras del atrio, el cual da fe que desde entonces la iglesia era el centro de la vida cívica y comercial de Oaxaca.
La Alameda de México
Hubo un tiempo en el que la Ciudad de México no era esa monstruosa y caótica megalópolis llena de autos y de gente, sino una apacible ciudad que se limitaba a lo que hoy llamamos Centro Histórico, cuyos alrededores lucían esplendorosos paisajes naturales. Y en 1866, año en que Velasco produjo esta obra, la hoy Alameda Central era justamente eso: un bosque de álamos y de otros árboles, con otros elementos de ornato. En esta hermosa pintura, vemos además a hombres y mujeres de la alta sociedad capitalina disfrutando de un día de campo junto a una de las fuentes.
El cabrío de San Ángel
Si observas con atención, en la parte inferior izquierda verás a un pastorcillo que está arreando a sus cabras. Pero la verdadera protagonista de esta obra es la cascada de Tizapán, un barrio que hasta la fecha conserva ese nombre y se encuentra en los sureños rumbos de San Ángel. A la derecha se aprecia la Fábrica La Hormiga, que aprovechaba la caída natural del agua para su producción de textiles.
Autorretrato
Como casi todos los pintores naturalistas, José María Velasco se pintó a sí mismo en 1894, a la edad de 54 años. Además de la profundidad y brillantez de los negros, que hacen resaltar aún más la blancura de su camisa y los reflejos de su rostro, destaca la profundidad y la fuerza de la mirada del pintor. Unos años después, sufriría un ataque al corazón que casi terminaría con su vida, pero aún así conservó la energía para seguir pintando, aunque prácticamente postrado en su casa, ubicada en la Villa de Guadalupe.
El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel
Muy al norte de la Ciudad de México, a un par de kilómetros del cerro del Tepeyac y de la Basílica de Guadalupe, se encuentra el cerro de Santa Isabel Tola, al cual Velasco subía con sus pinturas y caballete para plasmar el espléndido paisaje desde aquellas alturas. Si uno observa el detalle, verá que casi al centro se encuentra, justamente, la antigua Villa de Guadalupe, de la cual surgen las dos calzadas que la unían con la Ciudad de México —actualmente, de los Misterios y de Guadalupe— y, del lado izquierdo, el lago de Texcoco y los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En la parte superior derecha, una lluvia riega el sur del Valle de México…