La famosa leyenda del Callejón del Beso, en Guanajuato

Muchas de las leyendas mexicanas que aún corren de boca en boca provienen de la época de la Colonia. Una de las más famosas es esta…

La ciudad de Guanajuato, capital del estado del mismo nombres, es una urbe que aún conserva un sabor y un espíritu propios de la época del Virreinato en México. Sus calles empedradas, sus pasos a desnivel y, sobre todo, en su angostos callejones, cuentan historias y leyendas que ensalzan algunas virtudes o, bien, que erizan la piel por el miedo. La más famosa de ellas, sin duda, es la leyenda del Callejón del Beso, un lugar marcado por la fatalidad, los celos y el amor apasionado de dos jóvenes.

Conozcamos de qué va esta famosa leyenda, y sepamos también qué es lo que tenemos que hacer cuando visitemos este pintoresco lugar… no vaya a ser que nos caiga la maldición si no cumplimos con el ritual.

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Guanajuato fue una población minera que poco a poco fue creciendo y poblándose de gente que resultaba atraída por la riqueza del lugar y por el hallazgo de la abundante plata que era extraída de sus yacimientos. Pero, en un principio, estaba poblada prácticamente sólo por españoles y criollos, los cuales eran muy devotos y celosos de la moral y de los preceptos católicos.

Cuenta la leyenda que, en uno de los muchos callejones de la ciudad Guanajuato vivía una familia acaudalada proveniente del viejo continente, los cuales al llegar a la Nueva España hicieron una fortuna aún mayor gracias a la minería y la habilidad de los negocios que tenía Don Emiliano, el patriarca de la familia, quien tenía fama de ser muy estricto con su esposa y con su hija, que se llamaba Ana y era una joven muy hermosa a la que le gustaba asomarse al balcón por las noches para poder observar la Kuna y las estrellas.

Justo enfrente de la casa, en una de los edificios vecinas del oscuro y estrecho callejón, estaba una pequeña habitación que ocupaba Carlos, un joven mestizo, humilde y sencillo, pero apuesto y de buen corazón, que trabajaba como minero en la rica mina de La Valenciana. Una noche, descubrió a Ana mirando las estrellas y, prendado de su belleza, quedó perdidamente enamorado de ella. Al igual que Ana, él también disfrutaba de la noche, que además le permitía admirar la belleza de la joven española, pues daba la casualidad de que su aposento se ubicaba justo enfrente del balcón de su amada. Esa enorme coincidencia les permitió conocerse, tratarse y, al descubrir muchas afinidades entre ellos, enamorarse.

Los enamorados tenían la fortuna de que, debido a lo angosto del callejón, podían tocarse y expresarse su amor con tan sólo estirar un poco sus brazos. Eso les dio la idea de darse un beso sin que el padre de la chica los descubriera, pues Don Emiliano era un hombre de armas que, además de buscar siempre a un buen partido de sangre española para casar a su hija, jamás le permitiría que conversara siquiera con alguien que no perteneciera a su misma clase social.

Lamentablemente el plan de permanecer a la sombra de Don Emiliano no funcionó, pues el padre de Ana la descubrió, amenazando de muerte al chico si volvía a acercarse a la joven. Pero Ana no creyó la amenaza de su padre y le insistió para que siguieran viéndose todas las noches. A la noche siguiente, Don Emiliano sigilosamente se introdujo a la habitación de su hija, para descubrir que su hija nuevamente se estaba besando con el minero. Así, preso de la ira, entró a la habitación empuñando una filosa daga y, sin dudarlo ni un solo instante, apuñaló a su propia hija, matándola al instante. El pobre Carlos, asustado y sin poder hacer nada, salió corriendo de la casa de enfrente y no se le volvió a ver jamás.

Hoy en día, el Callejón del Beso es uno de los sitios más visitados del centro de Guanajuato, y todo el tiempo hay guías, niños y personas que se ofrecen a contarte de viva voz la leyenda que se ha transmitido de generación en generación, a cambio de unas monedas. Pero ten cuidado: también dicta la tradición que, si visitas el Callejón del Beso, tienes que darle un beso a tu pareja subiendo hasta el tercer escalón de la parte más angosta del mismo para así gozar de quince años de prosperidad y amor. Porque, si no lo haces, corres el riesgo de padecer siete años de mala suerte…