El tormento de Cuauhtémoc: ¿por qué le quemaron los pies al último tlatoani?

Una de las escenas más dramáticas de la Conquista de México fue el suplicio al que fue sometido el último gobernante mexica: aquí te la contamos.

La historia de México está llena de escenas llenas de drama, patriotismo, sacrificio y heroísmo. Y si hablamos de la caída de la ciudad de México-Tenochtitlan, en agosto de 1521, con la que se selló la Conquista de México, uno de los episodios más recordados es la del tormento de Cuauhtémoc, el último tlatoani o gobernante del Imperio Mexica, el cual tras capitular fue capturado por Hernán Cortés y sus huestes, y durante su cautiverio fue sometido a numerosas vejaciones y suplicios hasta su muerte en 1528.

A continuación, te platicaremos brevemente este doloroso episodio, en el que la fortaleza y abnegación del emperador contrastan con la cobardía de otro dignatario que estaba sufriendo la misma suerte, la cual generó en Cuauhtémoc una frase que, hasta citamos cuando nos encontramos en una dificultad. Veamos…

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A la llegada de los españoles, los mexicas eran gobernado por  Moctezuma Xocoyotzin, quien asustado por las profecías recibió con gentileza a los conquistadores, lo cual fue visto con malos ojos por el pueblo. Se dice que esa fue la razón de que, al asomarse al balcón de su palacio a apaciguar los ánimos de su gente, una certera pedrada lanzada por un mexica enardecido le diera muerte. A este tlatoani le siguió Cuitláhuac, un valeroso guerrero que derrotó a Cortés y lo obligó a huir durante la Noche Victoriosa —antes llamada “La Noche Triste—, pero que fue vencido por una de las enfermedades traídas por los peninsulares.

Entra en escena, entonces, Cuauhtémoc, un joven de entre 18 y 25 años de edad que tenía experiencia en lo militar y formaba parte de la realeza, pues era hijo del tlatoani Ahuízotl. Fue investido en 1521 como Huey tlatoani y su mando se centró en expulsar a los españoles, fortaleciendo la ciudad y el ejército para cerrar líneas frente a los invasores. Así, el valeroso Cuauhtémoc organizó a su pueblo y trató de formar alianzas con otros señoríos, pero no pudo convencerlos —siglos de abusos pesaron contra los tenochcas— y, así, los mexicas tuvieron que defenderse solos.


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Aislado, al igual que su gente, durante el llamado Sitio de Tenochtitlan, Cuauhtémoc cayó junto con su ciudad el 13 de agosto de 1521. Fue hecho prisionero y, en ese momento,  le pidió al conquistador que lo matara con el puñal que lleva en el cinto, pues prefería morir a la deshonra de no haber podido defender a su pueblo. Al “águila que desciende” se le negó la posibilidad de morir con dignidad, se le mantuvo preso y fue obligado a bautizarse, además de que Cortés les permitió a algunos hombres torturarlo para que confesara la ubicación del afamado “tesoro de Moctezuma”, descrito como un fastuoso conjunto de joyas y piezas de oro.

​​​​​Así, a Cuauhtémoc y a Tetlepanquetzal, señor de Tlacopan, se les quemaron pies y manos el 15 de octubre de 1521, en el llamado “Tormento de Cuauhtémoc”. Según la leyenda, en ese instante de suplicio, Tetlepanquetzal le exigió al tlatoani que confesara dónde estaba el oro, pues ya no soportaba el dolor; Cuauhtémoc, que soportaba estoicamente las quemaduras, según el recuento enfadado le contestó: “¿Acaso yo estoy en un lecho de rosas?”, refiriéndose a que él mismo también sufría la misma tortura. Historiadores han corregido esa frase, aclarando que Cuauhtémoc no podría haberse referido a camas de flores porque no las conocía, y en cambió espetó: “¿Estoy yo en un baño o deleite?”

Después de quedar inválido como producto de la tortura, el último tlatoani mexica fue obligado a ayudar a los españoles en labores administrativas. En 1525, Cortés oyó sobre una supuesta conspiración para rebelarse contra los españoles, y como Cuauhtémoc aún representaba una figura de autoridad entre el pueblo, Cortés ordenó asesinarlo durante una expedición en Honduras. Así, Cuauhtémoc murió colgado de un árbol de pochote el 28 de febrero de 1525.