Si has visto volar esos pequeños globos iluminados y hechos de papel, llamados “globos de Cantoya”, seguramente te asombrará saber que hubo otro tipo de globos que recibieron el nombre de su creador —un pionero de la aeronáutica en México— y que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX hacían las delicias de chicos y grandes en exhibiciones públicas en las grandes plazas de la capital. Se nombre fue Joaquín de la Cantolla y Rico.
Conozcamos la historia de este simpático personaje que, siempre elegantemente vestido con levita y sombrero de copa, deleitaba al público mexicano con los vuelos de sus globos aerostáticos, los cuales desde entonces se conocen como Globos de Cantolla.
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En el tumultuoso siglo XIX, México fue testigo de un prodigio de la inventiva humana: los globos aerostáticos de Joaquín de la Cantolla y Rico. Este intrépido mexicano, nacido en la Ciudad de México en 1829, se aventuró en el campo de la aeronáutica cuando aún era un adolescente. Inspirado por los globos aerostáticos que había visto en Europa, Cantolla y Rico se propuso construir sus propios globos para explorar los cielos mexicanos.
A diferencia de los globos chinos de papel de Cantoya, que utilizaban papel de china y eran populares en festividades, los globos aerostáticos de Cantolla eran verdaderas maravillas de la ingeniería, pues seguían meticulosamente los principios de la aerostática, utilizando materiales como la seda y el algodón, y llenándolos con hidrógeno para lograr la elevación.
En 1862, los hermanos Wilson estaban de gora por México presentando su globo aerostático y ofreciendo viajes al pueblo. Fascinado por la posibilidad de volar, Cantolla y Rico se acercó a ellos y aprendió todo lo posible sobre la construcción y el manejo de los globos aerostáticos. Un año después, el 26 de junio de 1863, De la Cantolla anunció una ascensión en globo que tuvo lugar en la Plaza de Toros del Paseo Nuevo, que ya no existe. El éxito de la experiencia convertiría a sus globos en un ingrediente imprescindible de las fiestas populares de México.
Así fue que don Joaquín se convirtió en toda una celebridad y los famosos “Globos de Cantolla” empezaron a pasar de boca en boca hasta hacerse célebres. La fama del pionero de la aeronáutica fue tal que el emperador Maximiliano le otorgó unas mancuernillas de oro (yugos), por sus hazañas en el aire. Vale la pena recordar que en todos sus ascensos Cantolla se vestía de charro o de levita y sombrero de copa —como se ve en este retrato, parte de un mural de Diego Rivera—, y portaba la bandera nacional.
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El legado de Joaquín de la Cantolla y Rico perdura hasta nuestros días, recordándonos el poder del ingenio humano y la capacidad de alcanzar nuevas alturas, tanto literal como figurativamente. Sus globos aerostáticos representan un hito en la historia de la aviación mexicana y son un testimonio del espíritu de exploración y aventura que sigue vivo en el corazón del pueblo mexicano.
El último vuelo de don Joaquín de la Cantolla, el visionario pionero de la aeronáutica mexicana, estuvo marcado por la tragedia. En 1914, a la edad de 84 años, Cantolla se preparaba para realizar una de sus hazañas más audaces: Albero Braniff, el primer mexicano en haber volado en aeroplano, había comprado un globo de seis plazas y contrató a un experto para manejarlo. Entusiasmado, invitó a De la Cantolla a un vuelo de prueba.
Tras ascender a gran altura, un golpe de aire redirigió el globo hacia el oriente, hasta el Valle de Chalco, una zona controlada por las tropas zapatistas del general Genovevo de la O, que al ver el globo intentaron tirar loa balazos. La intervención del ejército federal impidió un accidente mayor, pero el susto fue demasiado para don Joaquín, quien sufrió un derrame cerebral al regresar a su casa y falleció a los pocos días. El trágico final de Cantolla no solo marcó el fin de una vida dedicada a la innovación y la aventura, sino que también dejó un vacío en el corazón de aquellos que lo admiraban.