La guerra de Independencia de México fue un episodio bélico que duró once años, en los que se estima que murieron entre 250 mil y medio millón de personas, entre soldados realistas, rebeldes insurgentes y la población novohispana en general. Durante esos tiempos duros, era común saber de actos cruentos e implacables de ambos bandos, pero un hecho protagonizado por el héroe militar Nicolás Bravo resalta como muestra de humanismo y de perdón.
A continuación, te contamos este episodio histórico del “Héroe del Perdón” que demuestra cuán profundos pueden ser los valores humanos, que ni siquiera el dolor o la muerte los puede doblegar.
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Nicolás Bravo nació en Chilpancingo, hoy estado de Guerrero, el 10 de septiembre de 1786. Fue hijo de un rico hacendado criollo llamado Leonardo Bravo, dueño de la hacienda de Chichihualco. Se desconocen muchos hechos de su infancia y juventud, salvo que trabajaba en las tareas típicas de la hacienda.
Cuando el movimiento insurgente se extendió al sur con el avance de las tropas de Morelos, los realistas avanzaron sobre los ranchos y haciendas cercanas a la de los Bravo, y se exigió a los hacendados que colaboraran. Pero Leonardo y Nicolás Bravo se negaron, llegando al extremo de verse obligados a esconderse en cuevas durante meses para no ser arrestados por desobediencia.
En mayo de 1811, Nicolás se unió a las fuerzas de Hermenegildo Galeana. En 1812, al lado de Morelos, Bravo estuvo presente en el sitio de Cuautla. Fue entonces que su padre, Leonardo Bravo, cayó en manos de Gabriel Yermo, quien lo entregó a los realistas atado de manos, para ser conducido por el general realista Félix María Calleja a la Ciudad de México.
El gobierno virreinal ofreció a su hijo Nicolás y a sus hermanos que se rindieran y, a cambio, le perdonarían la vida a don Leonardo. Pero los Bravo sabían que los realistas no acostumbraban cumplir sus promesas, así que se negaron. Siendo ya comandante insurgente en Veracruz, Nicolás Bravo recibió una carta de Morelos en la que le informaba que el 13 de septiembre de 1812, por orden del Virrey, había muerto su padre, el general Leonardo Bravo.
Además, en la carta Morelos le ordenaba a Bravo: “Sírvase usted mandar pasar a cuchillo a todos los prisioneros que tiene en su poder, comunicándome, en seguida, su ejecución”. En cumplimiento de esa orden, Nicolás mandó poner en capilla a los 300 prisioneros y les permitió que se confesaran, esperando ser ejecutados al día siguiente. Pero no fue así…
A la mañana siguiente, Bravo ascendió a un estrado improvisado ante los prisioneros y, explicándoles lo que había sucedido, les perdonó la vida y les dijo “Quedáis en libertad”. Muchos de los indultados, que parecían despertar de una pesadilla, desertaron del ejército y se incorporaron de inmediato a las filas insurgentes para pelear al lado del magnánimo Nicolás. Así fue que Bravo mereció el título de “Héroe del Perdón”, al indultar a los trescientos prisioneros realistas, a quienes debía fusilar en represalia por la cruel muerte de su padre.
Años después, Bravo participó en la defensa del Congreso de Chilpancingo. En 1817, fue tomado prisionero por los españoles durante tres años, pero al salir libre por la amnistía de Fernando VII, se unió al Plan de Iguala. Al consumarse la Independencia, fue nombrado consejero de Estado. En 1823, luchó contra Iturbide cuando éste se coronó emperador. Fue vicepresidente de Guadalupe Victoria. Combatió a Guerrero en 1828, fue hecho prisionero, juzgado y desterrado, pero regresó a México en 1829.
Nicolás Bravo fue tres veces Presidente, aunque por periodos muy breves, dos veces sustituyendo a Antonio López de Santa Anna, de 1839 a 1843, y reemplazando a Mariano Paredes durante unos días en 1846. Murió de forma repentina en su lugar natal, la Hacienda de Chichicualco, el 22 de abril de 1854; como su esposa murió al mismo tiempo, corrieron rumores de un envenenamiento. Su nombre está escrito con letras de oro en los muros del Congreso de la Unión.