Mucha gente en el mundo relaciona a la Catrina, esa calavera estilizada y elegantemente vestida, con el arte de México. Pero, ¿tú sabías que el grabador José Guadalupe Posada fue quien ideó la famosa figura?
Hoy te platicaremos un poco de este gran artista, de su obsesión con las calaveras, de sus demás obras y de la triste forma en que halló la muerte.
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José Guadalupe Posada Aguilar nació el 2 de febrero de 1852 en la ciudad de Aguascalientes. Desde pequeño mostró aptitudes artísticas, de modo que después de aprender a leer y escribir se inscribió a la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes. A los 16 años ya era aprendiz en el taller de Trinidad Pedroza y ahí empezó a hacer caricaturas políticas e imágenes religiosas.
A los veinte años salió de Aguascalientes junto con su maestro, y se establecieron en León, Guanajuato. Poco después, Posada se independizó y en esa ciudad abrió su propio taller de litografía, que es un método de impresión basado en dibujos hechos en piedra calcárea. Así, Posada se ganaba la vida haciendo grabados comerciales para cajetillas de cerillos, libros y documentos. Fue en León, también, que se casó con María de Jesús Vela, a los veintitrés años.
A finales de 1888 llegó a la Ciudad de México, donde aprendió otras técnicas de grabado y empezó a colaborar en revistas como La Patria Ilustrada. Poco después, se asoció con el grabador Antonio Vanegas Arroyo, con quien hizo una magnífica y fructífera mancuerna de trabajo, pues en esa época Posada realizó lo mejor de su producción artística.
Las obras de Posada retratan la vida cotidiana de principios del siglo XX en la Ciudad de México y en la provincia, y reflejan los miedos, las creencias y las prácticas de aquella época, incluyendo los hechos espantosos y grotescos, como los terremotos y los crímenes. Pero fueron dos aspectos de su obra los que lo llevaron a ser recordado, incluso un siglo después de su muerte: la sátira política y sus famosas calaveras.
A través de su obra, Posada hizo críticas sobre los abusos y las ineptitudes del gobierno y de las clases poderosas de su tiempo, y se opuso a la explotación que sufría el pueblo durante la última parte del Porfiriato. Las calaveras, por su parte, fueron un recurso humorístico del que se valió para ridiculizar a la sociedad de sus tiempos, colocándolos en situaciones cotidianas que, siendo esqueletos, resultan inverosímiles. Además, ellas son una alegoría de la extraña relación que el pueblo mexicano tiene con la muerte.
Posada vivió y murió, si no en la pobreza —porque al parecer tenía trabajo suficiente—, sí prácticamente en el anonimato. Murió a consecuencia de su alcoholismo el 20 de enero de 1913; su cadáver salió de una vecindad en el barrio de Tepito y fue sepultado en el Panteón de Dolores en una tumba de sexta clase, que eran las únicas gratuitas. Su obra habría pasado al olvido a no ser por el pintor Diego Rivera, quien la revaloró, le dio difusión y posicionó a Posada como un gran “artista del pueblo”.