Muchos no lo saben, pero México fue uno de los primeros países en tener cinematógrafos, pues los hermanos Lumière sabían de la admiración que el entonces presidente Porfirio Díaz sentía por la cultura francesa, lo visitaron para mostrarle su nueva invención. De hecho, el mandatario puede considerarse el “primer actor” del cine mexicano, pues fue retratado a caballo en la primera filmación realizada en nuestro país. Unas décadas después de eso, en 1932, se estrenó la primera película sonora mexicana: Santa, con Lupita Tovar y Carlos Orellana, basada en la novela del mismo nombre, escrita por Federico Gamboa.
Viajemos, pues, noventa años hacia el pasado, y conozcamos cómo fue que esta cinta hizo historia y abrió el camino para el inicio de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano.
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Tras el fin del agitado y violento periodo de la Revolución Mexicana, la capital del país entró en un tiempo de paz que permitió retomar ciertas prácticas de entretenimiento de la vida cotidiana, tales como ir al cine. Así, empezaron a proliferar salas de cine como las Olimpia, Goya, el Salón Rojo, el Odeón, el cine Rialto, el Venecia, el Rivoli, el Buen Tono o el Condesa, donde se exhibían películas alquiladas o compradas a las grandes casas productoras de los Estados Unidos, así como producciones del cine mudo mexicano, como El automóvil gris (1919).
Así empezó a crecer la industria del cine nacional, pero hasta el momento todas las producciones eran mudas o tenían “sonido indirecto”, o sea que la escena se grababa y después se le imponían la música y las voces, las cuales a veces no sincronizaban bien con la imagen. Fue hasta 1931 cuando empezó la filmación de Santa, basada en la novela del mismo nombre y escrita por Federico Gamboa, la cual a grandes rasgos cuenta la historia de una bella joven que se enamora de un soldado y se entrega a él, pero éste la abandona, causando que a Santa la corran de su casa, por lo que se ve orillada a trabajar en un prostíbulo, donde se enamora de ella el pianista ciego del lugar.
Para encarnar a la hermosa, inocente y corrompida Santa se eligió a la actriz oaxaqueña Lupita Tovar, quien ya había probado suerte en el cine de Hollywood pero no alcanzó la fama de sus compatriotas Lupe Vélez y Dolores del Río, por lo que regresó a México y fue reclutada por el director Antonio Moreno para protagonizar su película. Su pareja fue Carlos Orellana, un ex revolucionario carrancista con una notable carrera en el teatro, para quien Santa marcó el debut en el cine.
Durante la filmación, para lograr el sonido directo se recurrió a los hermanos Joselito y Roberto Rodríguez, quienes desarrollaron la sincronía perfecta con su Rodríguez Sound Recording System, logrando así el primer largometraje sonoro con sistema óptico —es decir, que el sonido queda grabado en la misma cinta que la imagen— de América Latina. Las escenas fueron rodadas en el pueblo de Chimalistac, donde está situada la novela, que entonces estaba a las afueras de la Ciudad de México y hoy es una colonia residencial ubicada entre Coyoacán y San Ángel, donde existe una calle y una plaza con el nombre de Federico Gamboa.
El estreno de Santa fue el 30 de marzo de 1932, en el Cinema Palacio de la Ciudad de México, ubicado en la avenida Cinco de Mayo, en el Centro Histórico de la CDMX, donde había 2 mil 307 butacas ocupadas. Se trató de un gran evento que contó con la participación de orquestas de jazz del Primer Circuito, el canto del barítono Juan José Martínez Casado y la presencia del director Federico Gamboa, en persona.
A pesar de que a la sociedad de esa época Santa le pareció una cinta en extremo atrevida, por abordar el tema de la prostitución y cuestionar las creencias en torno a la castidad y virginidad en la mujer, la película fue bien recibida y se convirtió en uno de los primeros éxitos de taquilla del naciente cine nacional, el cual abrió paso a la llamada Época de Oro del Cine Mexicano, la cual oficialmente inició en 1936 con el estreno de Allá en el Rancho Grande, protagonizada por Tito Guízar y Esther Fernández.