Algunos reclaman que su origen está en la Ciudad de México y que son de cartón pintado de colores; otros, más aventurados, sostienen que en realidad están hechos de madera y son oaxaqueños. Pero, a todo esto, ¿quién creó a los famosos alebrijes, qué representa esta artesanía, qué significa su nombre, cómo se fabrican y dónde están los talleres que los vieron nacer?
Tratemos de rastrear la historia de los alebrijes, perdida entre los pasillos del tiempo y del polvoso y desordenado taller de un artesano que, preso de una enfermedad, entre delirios tuvo una visión que habría de cambiar la historia de las artesanías mexicanas.
TE RECOMENDAMOS: Máscara contra cabellera: origen e historia de la lucha libre mexicana.
Cuenta la leyenda que, hace ya muchos años, don Pedro Linares —un artesano cartonero, avecindado en un barrio popular de la Ciudad de México— cayó gravemente enfermo. Fue tan grave su enfermedad que terminó inconsciente por varios días, en una especie de coma con altas fiebres. Como no tenían muchos recursos económicos, la familia le suministró una serie de remedios basados en la herbolaria, con la esperanza de que mejorara.
Quiso el destino que, en efecto, don Pedro saliera avante de la enfermedad. Ya convaleciente, le contaba a su familia que, entre los delirios causados por la fiebre, veía una extrañas criaturas zoomorfas, terroríficas, fantásticas, con alas, cuernos y garras, de cuyas bocas brotaba una palabra que no existía: “¡Alebrije! ¡Alebrije!”
Como nadie supo entender las peculiares formas que él trataba de describir, Pedro Linares prefirió plasmas sus visiones de la mejor manera que conocía: a través de la cartonería. Así nacieron los primeros alebrijes, que aunque un poco distintos a los que se conocen actualmente, fueron un éxito gracias a que uno de los primeros clientes fue nada menos que el pintor Diego Rivera, quien era aficionado a la tradición de la “quema del Judas” y acudía con frecuencia a los talleres de los Linares, allá por los rumbos del Mercado Sonora de la Ciudad de México. El muralista regaló las piezas entre sus colegas y amigos, quienes lo apreciaron mucho y ayudaron a popularizarlo.
Con el paso del tiempo, los alebrijes fueron evolucionando. Sus cubiertas empezaron a llenarse de colores y de patrones fantásticos que imitan la piel de un reptil, de un dinosaurio o de alguna criatura fantástica. Sus formas son totalmente libre, pero lo que distingue a un auténtico alebrije —dicen— es que en sus elementos están presentes los cuatro elementos: el aire, con las alas o las plumas de un ave, por ejemplo; el fuego, en forma de una lengua viperina de color encendido; el agua, con las aletas o la cola de un pez; y la tierra, con elementos como patas o coraza de un armadillo.
En 1990, don Pedro Linares recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Respecto al alebrije, decía que era “una criatura que existe y no existe”, pues existía en tanto que él la hacía manifestarse en el plano físico, pero no había nada así en el mundo real. El heredero de la tradición es Leonardo Linares, quien en varias ocasiones ha aclarado que el verdadero alebrije no es de Oaxaca —de San Martín Tilcajete o de Arrasolo—, sino de la Ciudad de México.
Al respecto, al parecer el origen de la confusión se debe a que en el año de 1975 se realizó una serie de documentales que exponían el trabajo de cuatro artesanos, incluyendo a don Pedro Linares y a Manuel Jiménez, un tallador de madera de Oaxaca. Las cintas fueron un éxito, los artesanos fueron llevados de gira y, a decir de los Linares, ahí fue donde Jiménez conoció el armado de los alebrijes y decidió hacer sus propias versiones de madera. Y tú, ¿has comprado alguna vez un alebrije?