San Felipe de Jesús: primer santo y protomártir mexicano

El 5 de febrero de cada año se celebra a San Felipe de Jesús, quien fue martirizado en Japón en el siglo XVI y es el primer santo canonizado de origen mexicano.

En Toño y su mariachi somos apasionados de todo lo que tiene que ver con México: nuestra historia, la comida, los personajes relevante, el arte, las ciudades y los pueblos, así como las costumbres y creencias. Por eso, a cada tanto damos una mirada al santoral católico del que millones de mexicanos han obtenido su nombre y que hasta sigue mandando las fechas en que se festeja a los santos y, también, los pueblos y los barrios que llevan su nombre, donde se les rinde culto y veneración. Así, uno de los santos con mayor número de fieles en México es San Felipe de Jesús, quien fue el primer santo canonizado y el “protomártir” de origen mexicano a quien se festeja el 5 de febrero de cada año.

Revisemos la vida y la obra ** ** de este hombre ejemplar, las circunstancias de su muerte en el martirio, las razones por las que fue elevado a los altares y algunos detalles sobre el culto que se le rinde a San Felipe en México.

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Felipe de las Casas Ruiz, que fue el nombre de pila de San Felipe de Jesús, nació en la Ciudad de México el 1 de mayo de 1572. Sus padres eran españoles: Alonso de las Casas, el padre, era un hombre toledano originario de Illescas y estaba emparentado con el célebre misionero Fray Bartolomé de las Casas; Antonia Martín, la madre, era natural de Sevilla. Se casaron en 1570 y se embarcaron hacia México —entonces, la Nueva España— en agosto de 1571, por lo que es probable que Felipe haya sido concebido durante el viaje.

Se dice que era un niño tan inquieto y travieso que, según una leyenda, cuando Felipe decidió inscribirse en el convento de Puebla para hacerse franciscano, su nana comentó, refiriéndose a una higuera seca que había en el patio de la casa:

¿Felipillo santo? Sí, cuando la higuera reverdezca, cuando la higuera reverdezca…

Felipe llegó al convento, donde residía el beato Sebastián de Aparicio. Pero, en efecto, no resistió aquella vida ajustada y dura, y regresó a su casa. Ejerció entonces el oficio de platero, sin mucho éxito y, cumplidos los 18 años, su padre lo envió a las Islas Filipinas a probar fortuna, por lo que se estableció en la ciudad de Manila. Al principio estaba deslumbrado por la vida mundana, pero pronto sintió de nuevo la llamada del Señor, por lo que de nueva cuenta entró con los franciscanos, pero esta vez ya había madurado y su conversión fue de todo corazón: cambió su nombre al de Felipe de Jesús, estudiaba, atendía a los enfermos y todo lo hacía con la dedicación de un hombre que había dedicado su vida a Jesús.

En 1596, sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote, pero como no había obispo en Filipinas la ordenación sería en México, su ciudad natal. Con ese fin se embarcó en el galeón San Felipe, pero una gran tempestad desvió el barco hasta que naufragó en las costas del Japón. Felipe interpretó su naufragio como una señal de que podría entregarse a Cristo dedicándose a la conversión del Japón.

Pero por aquel tiempo las autoridades japonesas no confiaban en los misioneros católicos, pues solían intervenir en política y crear lazos comerciales con los señores feudales, de modo que inició una persecución contra ellos. En noviembre del 1596 llegó a costas japonesas el galeó con Felipe y otros franciscanos. El gobernador del lugar dio orden de expropiación y el emperador promulgó un edicto en el que condenaba a muerte a los misioneros por llevar a cabo proselitismo ilegal y preparar una invasión militar.

Quedaron, pues, condenados a la ejecución: cinco franciscanos de Meako, 15 japoneses bautizados, 1 franciscano y 2 japoneses cristianos de Osaka, a los que se añadieron voluntariamente Pablo Miki, Juan de Goto y Diego Kisai, tres japoneses que estaban con los jesuitas de Osaka. Entre los franciscanos había cuatro españoles, un portugués, y fray Felipe de Jesús, mexicano. Veintiséis en total, que después serían conocidos como Los 26 Mártires de Japón.

En enero de 1597, a los reos cristianos se les cortó la mitad de la oreja y fueron llevados por la ciudad en carretas, para burla pública e infundir horror al cristianismo. Al llegar a Nagasaki, en la isla Kyushu, sobre una colina que domina sobre la ciudad y la bahía fueron dispuestos los mártires ante las cruces que les habían preparado y los 26 mártires fueron crucificados.  Fray Felipe de Jesús no podía decir nada pues estaba casi colgando de la argolla que le sujetaba el cuello. Viendo esto, los verdugos con dos lanzas atravesaron sus costados y, cruzándose en el pecho, éstas  salieron por sus hombros. Así murieron todos. Era el 5 de febrero de 1597.

Según relata una leyenda, ese mismo día la higuera seca de su hogar reverdeció, tal como lo había sentenciad su nana, retomó vida y dio fruto. Felipe había llegado a la santidad. Fue beatificado, juntamente con sus compañeros mártires el 14 de septiembre de 1627, y después fueron canonizados,     el 8 de junio de 1862, por el papa Pío IX. Así, San Felipe de Jesús se convirtió en el primer santo de origen mexicano —aunque en realidad era novohispano— y en protomártir, un título que da la Iglesia a los primeros cristianos en ser asesinados por profesar amor por Jesús y defender su religión. Se le considera Santo Patrón de la Ciudad de México y de su arzobispado.