Se trata, sin duda, de la pieza arqueológica más famosa del mundo prehispánico: es la Piedra del Sol, perteneciente a la cultura mexica, aunque casi todos los mexicanos y extranjeros la conocen con el nombre de Calendario Azteca. Y uno se pregunta: ¿por qué le llamamos así y cuál era su función? ¿Era un calendario o tenía otro uso? ¿Qué significan los múltiples símbolos que luce?
A continuación, una breve historia de la Piedra del Sol, que actualmente se exhibe en la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología, y también una pequeña historia de su descubrimiento y de sus posibles interpretaciones.
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La Piedra del Sol, también llamada Calendario Azteca, es un enorme disco de basalto que mide 3.60 metros de diámetro y tiene un espesor de 120 cm. En su cara frontal luce numerosas inscripciones que han sido interpretadas como inscripciones alusivas a la cosmogonia mexica —es decir, al modo en que ese pueblo prehispánico explicaba la creación del mundo— y a los cultos de la deidad solar, que muchas veces se llamaba Tonatiuh, cuyo rostro supuestamente es el que está plasmado en el centro de la piedra.
Su descubrimiento tuvo lugar durante la última etapa del Virreinato en México: siendo virrey de la Nueva España don Juan Vicente de Güemes, éste ordenó una serie de reformas en la Plaza Mayor de la Ciudad de México, por lo que se derrumbaron algunos edificios, se destruyeron canales y se nivelaron pisos; fue durante la ejecución de estas obras que, el 17 de diciembre de 1790, se encontró la Piedra del Sol sepultada a unos cuarenta centímetros de profundidad, a unos metros de una de las puertas del Palacio Virreinal, en cuyo lugar hoy se encuentra el Palacio Nacional.
Al lugar acudieron numerosos expertos de la época, entre ellos el astrónomo, anticuario y escritor novohispano Antonio de León y Gama, quien según algunos historiadores fue quien le puso el nombre de Calendario Azteca, suponiendo que la enorme piedra era una especie de obra pública para que cualquier pudiera consultar la fecha labrada en su cara frontal. Como el hallazgo provenía de un culto pagano, el obispo de la Catedral Metropolitana sugirió que se le volviera a enterrar, pero el propio León y Gama intercedió y lo convenció de la piedra se exhibiera adosada en una de las columnas de la catedral —donde permaneció hasta 1885.
Acerca de la función de la Piedra del Sol, arqueólogos han sugerido que se trataba de un temalácatl, una piedra sobre la que se realizaba el sacrificio gladiatorio, o bien, de un gran cuauhxicalli, que era la forma en que se llamaba al recipiente en el que se colocaban los corazones de los sacrificados. En su conjunto, los relieves de esta escultura extraordinaria están dispuestos en círculos concéntricos y se refieren al ciclo solar, así como a las eras por las que ha pasado el mundo, por lo que más que un calendario es una especie de alegoría del paso del tiempo.
Describiéndolo de forma general, la Piedra del Sol tiene en su centro el rostro de Tonatiuh, dios del Sol, envuelto en un símbolo que se conoce como Nahui Ollin, que en náhuatl significa “cuatro-movimiento” y es una fecha que alude a la quinta era dentro de la cosmogonía mexica —recordemos que, según la religión de los antiguos mexicanos, vivimos en la era del Quinto Sol—; alrededor del rostro del “niño Sol”, están cuatro símbolos más, llamados glifos, que representan las cuatro eras anteriores a la actual: 4-viento, 4-jaguar, 4-viento de fuego y 4-agua.
Alrededor del centro hay tres anillos que contiene diversos símbolos de la mitología y de los sistemas de medición del tiempo de los mexicas: el primero está dividido en veinte, que era el número de días que tenía un mes entre los mexicas; en el segundo están los cuatro puntos cardinales o, en opinión de algunos arqueólogos, los equinoccios y los solsticios; por último, en el tercero se aprecian 52 divisiones, que representan el número de años solares que duraba un ciclo completo antes del Fuego Nuevo.
La importancia de esta imagen dentro de la cultura y la iconografía mexicanas es tal que ha aparecido en monedas, símbolos patrios y oficiales, y hasta en las camisetas de la Selección Nacional de Futbol. Por si fuera poco, muchas de las monedas acuñadas en México durante los siglos XX y XXI contienen al menos un elemento tomado de alguno de los anillos del mal llamado “Calendario Azteca”.