En la porción poniente del Estado de México, rodeados de bosques de coníferas, se encuentra el Pueblo Mágico de Valle de Bravo, un sitio privilegiado y con un clima bondadoso donde lo mismo pueden practicarse deportes acuáticos o comer a la orilla de su famoso lago, que disfrutar del clima boscoso en su pintoresco centro. Conozcamos juntos este lugar, su historia, sus artesanías y, sobre todo, los atractivos que ofrece a los turistas.
Todo inicia cuando el poblado era llamado Pameje, un nombre de origen mazahua que durante los primeros años de la Colonia fue cambiando a San Francisco del Valle de Temascaltepec o Temascaltepec de Indios. Después se le llamó Villa del Valle y, finalmente, Valle de Bravo en honor al héroe insurgente Nicolás Bravo.
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Lo primero que destaca al llegar a Valle de Bravo es el majestuoso lago que preside la vista de este Pueblo Mágico, aunque no es un lago natural, sino que se formó por el embalse de la Presa Miguel Alemán, la cual fue construida por la Comisión Federal de Electricidad en 1947 como parte de un sistema hidroeléctrico que ya no está en operación, pues fue sustituido por el Sistema Cutzamala. Este lugar es idóneo para practicar deportes acuáticos como navegación en velero, esquí acuático, kayak, paddle, pesca deportiva o paseos en yates y lanchas.
Por si fuera poco, en los alrededores del lago hay más de 40 clubes náuticos y numerosos restaurantes con vista a la dorada superficie del lago, algunos de los cuales incluso están montados sobre embarcaciones que flotan en las aguas y que dan al comensal una experiencia única. La humedad y la salinidad de la presa son perceptibles en todo el pueblo, y esto —aunado al delicioso aroma de los platillos elaborados con pescado que se ofrecen en los distintos comercios— por momentos hace olvidar al visitante que se encuentra enmedio de un bosque, dándole la sensación de que se encuentra en un pueblo costero. Por las noches, la iluminación de las casas y establecimientos nos regalan una vista única, ideal para una cena romántica con la pareja.
Dejando atrás el lago, y subiendo por alguna de las muchas calles que se dirigen al centro y a las partes altas del poblado, nos encontramos con todo lo que uno podría esperar de un Pueblo Mágico: callecitas y callejones empedrados, casitas rústicas pintadas de blanco o de colores vivos, comercios donde lo mismo se puede encontrar un helado artesanal o un antojito que joyería, ropa exótica o artesanías. En este sentido, además de las artesanías de madera y los textiles de lana con bordados, hay que destacar el trabajo de cestería que se elabora con ocochal, que es el follaje seco que cae de los pinos y otras coníferas que abundan en la zona, y que son típicos de este lugar.
Llegando al Centro, lo primero que destaca es la Parroquía de San Francisco de Asís, la iglesia principal de Valle de Bravo. También es posible conocer el Centro Cultural Joaquín Arcadio Pagaza, un poeta que nació justamente en este lugar, así como los portales y la Plaza Independencia, donde lo más tradicional es disfrutar una nieve artesanal. También hay numerosos hoteles para todos los precios —algunos incluyen servicio de spa o tienen categoría internacional— y restaurantes con comida típica o internacional. También vale la pena conocer el barrio de Santa María Ahuacatlán, con su famoso Cristo Negro, así como el antiquísimo ahuehuete que se encuentra en la calle Joaquín Arcadio Pagaza.
Total que, como dijimos, Valle de Bravo equivale a visitar dos pueblos en uno. ¿Qué dices, te animas a conocerlo?