Viernes Santo: ¿cuáles fueron las Siete Palabras de Jesús en la cruz?

Durante el Vía Crucis, los Evangelios dan cuenta de las siete frases que pronunció Jesús antes de morir: aquí te las explicamos.

Dentro del cristianismo y la religión católica, el Viernes Santo se rememora la Pasión, la crucifixión y la muerte de Jesús en el monte Calvario, donde según los Evangelios pronunció una serie de frases que hoy son conocidas como las Siete Palabras. ¿Cuáles son éstas y qué significado tienen?

A continuación, revisaremos las Siete Palabras de Jesús en la cruz y su explicación religiosa, en torno a la cual reflexionan los creyentes para llevar una vida recta y siguiendo las enseñanzas del Mesías.

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Antes de continuar, debemos aclarar que no se trata exactamente de siete palabras sino de siete frases que son pronunciadas por Jesús durante su agonía en la Cruz y que se recuerdan en una ceremonia litúrgica cada Viernes Santo. Estas son las Siete Palabras y su explicación:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Esta frase la pronuncia el Mesías al ser objeto de golpes, torturas y burlas por parte de los soldados romanos y la concurrencia. En esta Palabra, Jesús antepone el perdón al dolor y a la ofensa, y enseña a los creyentes a pedir perdón por ellos mismos y, también, por todos los demás para solidarizarse con la humanidad, necesitada de redención por la ignorancia en que vive.

“Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Esta frase se la dice a Dimas, el buen ladrón, uno de los dos malechores que fueron crucificados junto a Cristo. Cuando Gestas, el otro ladrón, retó a Jesús a bajar de la cruz, Dimas le recriminó diciéndole que ellos estaban recibiendo el justo castigo por sus actos, pero Jesús nada había hecho de malo; después, se dirigió a Cristo y le pidió acordarse de él cuando llegara a su Reino. Es una promesa de salvación para todo aquél que se arrepiente de corazón.

“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre”.

Luego, al ver a su madre, la Virgen María, Jesús se dirige a ella señalándole a Juan, el más joven de sus apóstoles; luego, se dirige a él, “encargándole” a su madre toda vez que él muriera. El mensaje es sutil pero contundente: Quiéranse. Ya no estaré yo entre ustedes, pero en su amor perseverante me encontrarán. Cuídense mutuamente. Háganse cargo uno del otro y, a la vez, de toda la Iglesia

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“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”.

En arameo, la lengua que hablaba Jesús, “Dios” se pronunciaba Elí, por lo que los romanos y los judíos que lo condenaron creyeron que estaba llamando al profeta Elías. Según la Iglesia, esta confesión es la más dura del Evangelio, que los creyentes nunca entenderán ni experimentarán como Jesús y, para que no haya duda, fue registrada por dos evangelistas. Jesús habla a su Padre, lanzando al infinito el reclamo del corazón desgarrado. No hay más que comentar, sólo observar y callar.

“Tengo sed”.

Con el sol abrasador y sin haber tomado agua en horas, Jesús pide agua. Esta, la quinta de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz es el anhelo, la sed. A través de ella, Dios nos enseña a no rendirnos justo cuando parecería que ya no hay nada que esperar. ¿Para qué suplicar por agua cuando se está al borde de la muerte? ¿Tiene acaso sentido entonces suplicar? Y, sin embargo, Cristo lo hace. Y con Él, la humanidad fatigada que en realidad no se rinde. Y de su corazón, según las enseñanzas de la Iglesia, brotará el torrente de agua viva prometida.

“Todo está cumplido”.

A Jesús, en lugar de agua, le ofrecieron vinagre en una esponja, lo cual había sido profetizado por el pueblo judío. Y de igual forma se ha sellado el pacto, el pacto último con Dios y se ha pronunciado la última palabra —que no será la última, sino la primera—. Desde antes de su nacimiento y durante su predicación, Jesús anunció que habría de padecer y morir por el perdón de los pecados; y es clavado en la cruz, a minutos de fallecer, que da por terminada su misión.

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

La Séptima y última Palabra, vociferada por Cristo antes de morir. Representa la entrega total, sin reserva, la confianza plena. El Hijo de Dios se entrega y así nos muestra el camino. Cuando parece agonizar la esperanza, todo nace de nuevo y la vida es posible. Al Padre, origen de toda la vida, vuelve el Hijo en un acto que es también humano. El Cordero Pascual ha sido sacrificado y el banquete ha comenzado…​​