Juan Diego Cuauhtlatoatzin: primer santo indígena y testigo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe

La tradición cuenta que Juan Diego fue visitado por la Virgen de Guadalupe, quien lo llamó "el más pequeño de mis hijos". Aquí te contamos un poco de lo que se sabe de su biografía.

Entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, según la tradición católica, la Virgen de Guadalupe se apareció ante el indio Juan Diego, “el más pequeño de sus hijos”. Dichas apariciones dieron lugar a la construcción de distintos templos dedicados a ella, incluyendo dos Basílicas, y al culto religioso más arraigado en nuestro país. Pero, ¿quién fue Juan Diego Cuauhtlatoatzin y qué sabemos de su biografía?

Aquí te contamos brevemente la vida del primer santo indígena, antes y después de las apariciones de la Virgen, hasta su beatificación y canonización durante el papado de Juan Pablo II.

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Juan Diego Cuauhtlatoatzin, conocido en la tradición católica como San Juan Diego, nació el 5 de mayo de 1474 en el barrio de Tlayácac del poblado de Cuauhtitlán, a unos 25 kilómetros al norte de la Ciudad de México. Su nombre indígena, Cuauhtlatoatzin, significa “el que habla como águila”, una referencia a su noble linaje y a la importancia de la lengua náhuatl en su cultura.

Pertenecía a una familia de origen chichimeca respetada en su comunidad, y en su juventud fue testigo de las profundas transformaciones que traía la llegada de los conquistadores españoles a América. Al momento de las apariciones, ya era un hombre adulto, de unos cincuenta años, que vivía en el pueblo de Tlatelolco con su esposa María y con su tío Juan Bernardino, y había experimentado la pérdida de muchos seres queridos a causa de las enfermedades traídas por los europeos.

Antes de los eventos que lo hicieron famoso, la vida de Juan Diego era la de un hombre común de la época. Era un campesino devoto y piadoso, que, como tantos otros, se había convertido al cristianismo tras la llegada de los misioneros y había sido bautizado por un fraile franciscano en la fe cristiana. Pero su vida cambiaría para siempre en diciembre de 1531, cuando, en su camino a la misa, tuvo una visión extraordinaria: en el cerro del Tepeyac, se encontró con una joven mujer que le habló en náhuatl, su lengua materna. Esa mujer no era otra que la Virgen María, quien se le apareció como la Virgen de Guadalupe y le pidió que llevara su mensaje al obispo de México, Juan de Zumárraga, para que le construyera un templo en ese mismo lugar.

A partir de ese momento, la vida de Juan Diego se convirtió en un camino de milagros y desafíos. Tras relatar su experiencia al obispo, este lo rechazó inicialmente, pidiendo más pruebas de la veracidad de su visión. Sin embargo, la Virgen no lo desanimó y le dio una señal: en una segunda aparición, le pidió que recogiera unas rosas en pleno invierno, las cuales, milagrosamente, florecieron en el cerro del Tepeyac. Juan Diego llevó las flores al obispo, y cuando las mostró, sorprendió a todos al descubrir que en su tilma apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe. Esta imagen, que ha perdurado hasta nuestros días, se convirtió en un signo de fe y de esperanza para los pueblos indígenas, quienes veían en ella una figura maternal que los acogía y protegía en medio de la nueva y compleja realidad que vivían.

Tras las apariciones, Juan Diego vivió con humildad y fue guardián de uno de los primeros templos dedicados a la Virgen de Guadalupe. Aunque fue testigo de la expansión y el fervor que sus visiones trajeron consigo, él mismo no buscó reconocimiento ni fama. Se dedicó a su vida religiosa y a las tareas cotidianas, siempre fiel a su compromiso con la Virgen y el mensaje cristiano. Se sabe que murió el 30 de mayo de 1548, aunque los detalles precisos de su muerte no están claros. En vida, nunca se consideró un santo, pero su devoción y humildad lo hicieron un referente de la fe popular en México.

La beatificación de Juan Diego ocurrió en 1990, bajo el papado de Juan Pablo II, quien reconoció su testimonio de fe y el impacto de las apariciones en la evangelización de México. Su canonización llegó en 2002, en una ceremonia histórica que consolidó su lugar como el primer santo indígena de América y el tercer santo mexicano. Hoy en día, su historia sigue viva en el corazón de millones de personas, especialmente en México, donde la Virgen de Guadalupe es venerada como una de las imágenes religiosas más queridas.