Se dice que existen siete bellas artes clásicas: música, pintura, danza, cine, literatura, poesía y escultura. Y como México históricamente ha sido tierra de grandes artistas, también ha habido destacados escultores y escultoras mexicanos que, desde tiempos prehispánicos, han usado la piedra, la madera y el metal para crear obras artísticas con volumen que expresan emociones e ideas. Conozcamos a algunos de estos grandes autores de obras, tanto pequeñas como monumentales.
La historia de la escultura en México empieza muchos siglos antes de nuestra era, cuando los talladores olmecas lograron esculturas de bulto de gran realismo, como los luchadores y las cabezas gigantes o monumentales que han sido descubiertas en el sureste; también destacaron los mayas y los teotihuacanos con sus bajorrelieves y altorrelieves, al igual que los toltecas, autores de los emblemáticos atlantes de Tula; sin embargo, antes de la Conquista el pueblo mexica se llevó las palmas en cuanto a esculturas, con piezas magistrales como la Piedra del Sol o calendario azteca, la Piedra de Tizoc, la Coyoxauhqui, la gigantesca Tlatecuhtli e infinidad de piezas que son exhibidas en nuestros museos arqueológicos.
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Con la Conquista, las artes escultóricas en México adoptaron las técnicas y las formas españolas y europeas, produciendo sobre todo imágenes de santos, vírgenes y Cristos. Fue hasta el México independiente, con la permanencia de escuelas de arte como la de San Carlos, que la escultura cobró nuevos vuelos en México. Aquí algunos de los escultores y escultoras nacionales más emblemáticos.
Pedro Patiño Ixtolinque (1774-1835)
Este artista novohispano castizo —de padre español y madre mestiza— es uno de los primeros nombres que destacan en la escultura mexicana. Su obra se ubica dentro del neoclasisimo, y como estudió con el español Manuel Tolsá, trabajó con él en el Sagrario Metropolitano y en la Catedral de Puebla, donde esculpió una Inmaculada Concepción. Tras la Independencia fue nombrado catedrático en la Escuela de San Carlos.
Manuel Centurión (1883-1952)
Artista poblano por nacimiento. Fue miembro del movimiento llamado Renovación Escultórica a inicios del siglo XX, junto con otros artistas como Ignacio Asúnsolo, José María Fernández Urbina y Fidias Elizondo, el cual se aleja de los cánones clásicos, acercándose al art déco y recuperando la estética de las esculturas prehispánicas. Realizó diversos frisos y relieves en la sede del Banco de México y en el edificio que hoy es el Museo de Arte Popular.
Sebastian (1947- )
Este renombrado escultor mexicano, uno de los más grandes y prolíficos que viven en la actualidad, se llama en realidad Enrique Carbajal González y nació en Camargo, Chihuahua. Se especializa en el estilo denominado geometrismo —basado en formas y volúmenes geométricos clásicos— y en esculturas metálicas monumentales. Es autor de la famosa Cabeza de caballo que está en la esquina de Paseo de la Reforma y Bucareli, en el centro de la CDMX, y del León Rojo en la esquina con Chivatito, en Chapultepec; también es suyo el Guerrero Chimalli —una de las esculturas más altas de México—, en el Estado de México; el Ángel Custodio de Puebla (en la foto) y decenas de obras en importantes ciudades de México, Estados Unidos y Japón.
Helen Escobedo (1934-2010)
La única mujer de esta lista, destacó también dentro de la escultura geometrista. Estudió una maestría en el Royal College of Art de Londres y, a su regreso, participó con una obra dentro de la Ruta de la Amistad, una serie de esculturas que se montaron en el Anillo Periférico Sur durante la Olimpiada de 1968. Además, junto con Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Sebastian, Hersua y Federico Silva, diseño el Espacio Escultórico de la Ciudad Universitaria.
Manuel Felguérez (1928-2020)
Pintor y escultor. Estudió en la escuela de artes “La Esmeralda” de la UNAM, donde conoce al escultor francés de origen ruso Ossip Zadkine, quien habría de influir en su obra escultórica, que se incluye dentro del estilo geométrico-constructivista, del informalismo y del expresionismo abstracto.
Oliverio Martínez (1901-1938)
Aunque murió de forma prematura a los 37 años, su legado escultórico está a la vista de millones, pues es el autor de los cuatro grupos escultóricos de 11 metros de altura que adornan el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México, y que se titulan “La Independencia”, “Las Leyes de Reforma”, “Las Leyes Agrarias” y “Las Leyes Obreras”. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y formó parte de la llamada Escuela Mexicana de Escultura, que propuso una renovación del discurso escultórico en México, acercándose a las vanguardias europeas y al art déco, y recuperando estéticas prehispánicas de la escultura.
Javier Marín (1962- )
El último de la lista es el michoacano Javier Marín, el cual ha destacado en las últimas décadas como autor de esculturas que combinan el hiperrealismo de las esculturas monumentales de la Roma Imperial y el neoclasisismo europeo, con la modernidad y el espíritu de ruptura del expresionismo abstracto y de otras corrientes. Se especializa en figuras humanas, pero su estética es poco ortodoxa, fraccionada y vanguardista. Una de sus obras más famosas y convencionales es el retablo mayor de la Catedral de Zacatecas.