Cuando uno vive o está de visita en la Ciudad de México, es fácil darse cuenta que es una metrópoli donde todo mundo tiene prisa. Por esa razón, quizás, es que a todas horas abundan los puestos de comida callejera, pues a muchos no les da tiempo ni de desayunar. Y uno de los platillos mañaneros más famosos es la torta de tamal, a la que se le llama “guajolota”; ¿sabes que hay una leyenda sobre su origen?
Como siempre sucede, nadie conoce el origen exacto de este popular antojito, ni mucho menos el nombre de su autor. Pero queda claro que, después de la comida, lo que más nos gusta a los mexicanos es inventar historias y leyendas sobre cómo surgieron ciertas cosas.
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Primero, hablemos de la guajolota. Para quienes no la conocen, se trata simplemente de una torta de tamal; es decir, de una porción de masa de maíz al que se añade un guisado y se cuece envuelta en hoja de maíz, y después se coloca en medio de una pieza de pan blanco, ya sea un bolillo o una telera; algunos le añaden salsa o crema. Normalmente se acompaña con un atole y se vende en puestos callejeros, por ejemplo afuera de las estaciones del metro.
El nombre de “guajolota”, dicen, obedece a que el pan relleno con el tamal asemeja a la pechuga de un pavo —recordemos que pavo y guajolote son básicamente lo mismo—; o bien, debido a que por sus muchas calorías quienes acostumbran consumirlo engordan “como un guajolote”. Por último, otros dicen que antaño se preparaba con un pan de baja calidad conocido, justamente, como “guajolote”.
Aunque es uno de los platillos emblemático de la Ciudad de México, hay quienes ubican su origen en la ciudad de Puebla y que tiene al menos dos siglos de existencia; sin embargo, las mismas fuentes hablan de que entonces se preparaba en un pambazo y se rellenaba con una enchilada y carne de puerco deshebrada. O sea, que no estamos hablando de lo mismo.
Existe una leyenda que explica dónde y cuándo surgió la famosa “guajolota”, e incluso da el nombre —o, más bien, el apodo— de su creador.
Corría el año de 1945 y, aunque en el mundo aún se oían los ecos de la Segunda Guerra Mundial, un personaje popular conocido como “El Tlacuache” trabajaba en el mercado de la Merced como diablero —es decir, un hombre que trabajaba transportando mercancías en carritos metálicos de ruedas llamados “diablos” o “diablitos”. Un día, después de la chamba, fue a la Plaza Garibaldi a agarrar fiesta junto con sus amigos. Con él llevaba una bolsa de bolillos para, a la mañana siguiente, “darse el bajón”.
Y así fue que pasó la noche “El Tlacuache”, entre tragos y mariachis. A la mañana siguiente, ya sintiendo los primeros efectos de la “cruda”, se encontró a su comadre a la que apodaban “la Guajolota” con una bolsa de tamales fritos y un poco de salsa que le había sobrado de los tacos. Otra versión dice que “la Guajolota” no era su comadre sino su amiga, y que tenía su propio puesto de tamales.
Como sea, la inspiración le llegó a “el Tlacuache”: agarró un bolillo, lo partió en dos, le quitó el migajón y dentro de él colocó un tamal verde frito, bañándolo un poco en salsa para que resbalara mejor y combatiera mejor la cruda. Cuando alguien pasó y vio la extraña torta, le preguntó qué comía. Él volteó a ver a su comadre y contestó: “Una guajolota”…
Y tú, ¿qué otro origen conoces de esta afamada torta, tan socorrida por los chilangos hambrientos?