Una de las primeras y más destacadas escritoras mexicanas —aunque, siendo precisos, era más bien novohispana— fue Sor Juana Inés de la Cruz, cuyos poemas aún son leídos y memorizados por estudiantes desde la educación media, y que tuvo una biografía bastante singular para tratarse de una religiosa.
A continuación, un breve recorrido biográfico de la “Décima Musa”, cuyo fervor solamente era superado por su sed de conocimientos y por su amor a la lectura.
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Sor Juana Inés nació el 12 de noviembre de 1648 —aunque otros dicen que fue en 1651— en San Miguel Nepantla, Estado de México, con el nombre completo de Juana Inés Asbaje Ramírez de Santillana. Fue hija ilegítima de Pedro de Asuaje y Vargas, y de doña Isabel Ramírez, quienes nunca se casaron. Su infancia transcurrió en las haciendas de su abuelo, en Nepantla y Panoaya, donde la pequeña Juana Inés aprendió a leer a los tres años —y asimismo aprendió la lengua náhuatl por el contacto con los indígenas que ahí trabajaban.
Desde muy joven mostró un gran amor por los libros y, tras la muerte de su abuelo, se trasladó a la Ciudad de México. Entre 1664 y 1665 entró a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera por su notable inteligencia. La virreina, Leonor de Carreto, de inmediato le tuvo en gran consideración y se convirtió en su protectora y su más importante mecenas —es decir, en la persona que financia los gastos y las obras de un artista para que pueda crear a gusto.
Como expresó sus deseos de no casarse nunca, Juana Inés llamó la atención del padre Nuñez de Miranda, quien en 1666 la invitó a unirse a una orden religiosa. Aprendió latín en veinte lecciones, pero su primer intento fue fallido: el rígido canon de las carmelitas descalzas la llevó a enfermarse. Después, ingresó a la Orden de San Jerónimo, que era más relajada y donde se le permitía tener una celda de dos pisos y servidumbre.
En 1673, el virrey Toledo fue relevado de su cargo y, durante el viaje de regreso, falleció la virreina Leonor de Carreto. Este fue un duro golpe para Sor Juana, quien le escribió una sentida elegía. Unos años después, en 1680, la religiosa se ganaría también como protectora a la nueva virreina, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga. Fue durante esta época que la “Décima Musa” tuvo una época de esplendor en su producción literaria.
Entre 1690 y 1691, Sor Juana se vio involucrada en una disputa teológica contra el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, que pudo acarrearle problemas a la religiosa por sus críticas a un sermón pronunciado por el jesuita Antonio Vieira. Muchos ven en este intercambio de argumentos el principio del fin de la carrera literaria de Sor Juana.
En 1693, Sor Juana dejó de escribir. Un año más tarde, regaló o puso en venta su valiosa colección de libros con el fin de recolectar dinero para ayudar a los pobres. A principios de 1695, una epidemia azotó a la Ciudad de México —algunos decían que de fiebre amarilla, hoy todo parece indicar que fue de tifus— y fue especialmente implacable entre las monjas del Convento de San Jerónimo, pues nueve de cada diez religiosas que se enfermaban morían a causa de la enfermedad.
El 17 de febrero de ese año falleció su confesor, el padre Nuñez de Miranda. Sor Juana se habría contagiado poco después, pero aun enferma seguía cuidando a las monjas que se hallaban delicadas. La muerte alcanzó a la poetisa el 17 de abril de 1695. Actualmente el espacio del ex Convento de San Jerónimo es ocupado por la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Acerca de su obra
Las obras de Sor Juana puede dividirse en: obras de teatro, autos sacramentales —dramas litúrgicos que se representaban el día de Corpus y fueron prohibidos en 1765—, poesía o lírica, y prosa. También escribió villancicos para la iglesia.
En el teatro, su obra más conocida es Los empeños de una casa, una comedia de enredos sobre dos parejas que se aman pero por circunstancias no pueden estar juntas. De sus tres autos sacramentales, destaca El divino Narciso, escrita para ser representada en la corte de Madrid.
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La lírica conforma la mitad de toda la producción literaria de Sor Juana y abarcó diversas formas poéticas: poemas amorosos, sonetos, poemas de amistad o cortesanos dedicados a la virreina, así como composiciones ocasionales para hechos destacados o personajes de la época. Aquí algunas muestras:
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas; y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento que no mi pensamiento en las riquezas.
Y no estimo hermosura que, vencida, es despojo civil de las edades, ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades, consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades.
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y en tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba;
y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía, pues entre el llanto que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste, no te atormenten más celos tiranos, ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos: pues ya en líquido humor viste y tocaste mi corazón deshecho entre tus manos.
Hombres necios
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada, o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar?
Pues, ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.