Antonio López de Santa Anna, ¿el peor presidente de la historia de México?

No sólo ocupó la presidencia más ocasiones que cualquier otro: durante el mandato de López de Santa Anna, México perdió más de la mitad de su territorio…

Nuestra historia a menudo parece lo mismo estar llena de héroes y heroínas que de villanos, antagonistas y personajes de infausta memoria. Y si hablamos de los presidentes de México, muchos discutirán cuál ha sido el peor de ellos, proponiendo quizás al dictador Porfirio Díaz, a Juárez si uno es conservador, a Miguel de la Madrid con su inflación del 159% en un año u otros hasta se aventurarán a decir que el peor es el que actualmente ocupa la silla. Pero uno de los que no puede faltar en esta lista es Antonio López de Santa Anna, quien tiene varios récords poco presumibles en sus administraciones.

Conozcamos, pues, algunas de las razones por las que López de Santa Anna, apodado “el Quince Uñas” por haber perdido una pierna, es considerado por muchos estudiosos e historiadores como el peor presidente de la historia de México.

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Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, que era su nombre completo, nació el 21 de febrero de 1794 en la ciudad de Xalapa. Fue un militar, político y presidente mexicano que en 1853 se nombró a sí mismo dictador vitalicio. Ha sido el mexicano que ha ocupado más veces la presidencia y, además, durante uno de sus gobiernos el país perdió más de la mitad de su territorio debido a un ventajoso tratado que se firmó con los Estados Unidos. Pero vayamos por partes.

Antonio López de Santa Anna creció en el seno de una familia aristócrata y criolla de la Nueva España. Sus inicios en la milicia fueron como cadete en el Ejército Real de la Nueva España, y en 1811 fue convocado a sofocar el movimiento insurgente que había iniciado Miguel Hidalgo. Después, marchó hacia el norte, donde estuvo bajo el mando del coronel José Joaquín Arredondo. En 1821, formó parte del Ejército Trigarante de Iturbide y de Guerrero, y con su habilidad diplomática fue haciéndose de posiciones y cargos, y en 1829 llegó a la gobernatura de su estado, Veracruz.

Poco tiempo después, en 1833, Santa Anna llegó por primera vez a la presidencia. Es un mito común decir que ocupó once veces la silla presidencial, pero esto es impreciso: en realidad fueron seis las ocasiones e que recibió la máxima investidura de la Nación, pero se habla de once periodos por las numerosas licencias que pidió mientras ocupaba esos cargos.

En total, López de Santa Anna ocupó la Presidencia de la República en seis ocasiones: en 1833, dividido en tres periodos: del 16 de mayo al 3 de junio, del 18 de junio al 5 de julio, y del 27 de octubre al 15 de diciembre; la segunda fue del 24 de abril de 1834 al 27 de enero de 1835; el tercer periodo fue en 1839, del 23 de marzo al 10 de julio; el cuarto, del 10 de octubre de 1841 al 26 de octubre de 1842; una quinta presidencia fue entre el 14 de mayo y el 6 de septiembre de 1843, y del 4 de junio12 de septiembre de 1844; y su sexto periodo fue en 1847, del 21 de marzo al 2 de abril y del 20 de mayo al 16 de septiembre de 1847.

Después de la derrota frente durante la Intervención Estadounidense, el 2 de febrero de 1848 Santa Anna firmó el ominoso Tratado Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos y la República Mexicana, mejor conocido como el Tratado Guadalupe Hidalgo, el cual fue un fuerte golpe para los mexicanos de entonces pues, tras una desastrosa guerra, se perdieron de forma súbita 2’400,000 kilómetros cuadrados —aproximadamente 51% del territorio nacional—, que comprenden la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Además, México renunciaría a todo reclamo sobre Texas y la frontera internacional se estableció en el Río Bravo.

Tras su exilió en Jamaica, Santa Anna volvió a México en 1853 para instalar una última dictadura. Durante este último periodo en el poder gozó de facultades extraordinarias por tiempo indefinido, favoreció de forma desmedida a sus allegados, coartó las libertades ciudadanas, se rodeó de un séquito como el de las monarquías europeas y exigió para sí mismo el trato de Alteza Serenísima. Para sostener su tren de vida, cargó al pueblo con impuestos exorbitantes como el impuesto por cada perro —cuyo incumplimiento se castigaba con multas y la muerte del animal— y el impuesto por cada puerta o cada ventana. Limitó la libertad de prensa y de expresión, y castigó con el exilio a cualquier crítico u opositor.

Por todo eso fuera poco, en 1854 firmó el tratado de la venta de La Mesilla, un territorio de 76,845 kilómetros cuadrados al sur de Arizona y al suroeste de Nuevo México que pasó a manos de los Estados Unidos. Todas estas causas encendieron el fuego de la rebelión con el Plan de Ayutla, el cual se oponía al régimen de Santa Anna y lo hizo renunciar en 1855, saliendo nuevamente al exilio para no volver jamás a ocupar la silla presidencial de su país.